6 jul 2010

Diálogo


Cuentan que no hace mucho tiempo el caudaloso río mantenía largas conversaciones con la majestuosa montaña que le dió la vida:

-Querida montaña, -comienza el río-
¿qué ha pasado con tus verdes pastos en los que todas las noches los duendes y las ninfas jugaban? ¿Por qué ya no hay unicornios que sacien su sed con mis aguas cristalinas?

-Se han ido, -contestó la montaña- el hombre los ha olvidado.
Ahora sólo piensa en si mismo, en conseguir poder y riquezas, sin importar a costa de quien.

-¿Qué hemos hecho mal, madre? -Preguntó el río desesperado buscando consuelo en las dulces palabras de su progenitora-

-Nosotros no podemos hacer nada -Le dijo la sabia montaña-
El hombre también se ha olvidado de sus orígenes, cuando yo le daba cobijo y se refrescaba con tus mansas aguas, cuando cazaba los animales del bosque y sonreía sabiendo encender una hoguera. Ahora todo ha cambiado, sólo se guía por sus intereses, batallando constantemente con otros hombres en esa jaula de asfalto en la que viven, escuchando ruidos mecánicos llenos de vacío...

-¿Podemos hacer algo para salvarle? -El río inquiere de nuevo, esperando los consejos llenos de ancestra sabiduría-

-Lo único que nosotros podemos hacer, es esperar. Esperar a que el hombre sepa respetar, amar y ecordar su pasado, ese en el que era realmente feliz.

La montaña cerró los ojos poniendo fin a la conversación esperando desde sus más profundas raíces que el hombre escuchase sus palabras... su hijo, el río, hastiado de esperar, se secó.

¿Podremos escuchar a la montaña o ya estamos sordos...?

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