7 may 2013

Cenizas.

Corta, córtame las alas.

Daña, dáñame el alma.
Respira lento para que crea que sigues aquí y aún vea en tus ojos el brillo de tus promesas rotas.

Suelta, suéltame la mano. Ahora que puedo caminar sola me acechas lacerante y achicas mi oxígeno.

Mira, mírame. Fijamente, como el día en el que me amabas.
Ahora ya no queda nada, sólo el rumor sordo de los "te quiero" y el dulce amargor de los robados besos.

Hiere, hiéreme como siempre acabas haciendo.

Parte, parte mi corazón en dos mitades y juega con él lastimosamente.
Aleja, aléjate de este cuerpo marchito y vacío pues finalmente conseguiste lo que te proponías, reducirme a cenizas de las que no podré resurgir.

Quema, quema el recuerdo que algún día tuviste de nosotros y échalo a volar conmigo. Quizá así perdure en el instante y flote libre, libre como quise ser a tu lado.

24 ene 2013

Encrucijada

Sentía la congoja y la angustia ancladas en su garganta como el nudo de unos cordones que hace mucho tiempo nadie se molestaba en desatar.
Sólo necesitaba unas palabras de aliento, unos ánimos que consiguieran levantar su moral que ahora estaba más o menos a la misma altura que el Titanic. Pero no obtuvo nada. El silencio la rodeó de manera inquietante, igual que en esas películas americanas de suspense en las que sabes que algo malo va a pasar cuando el protagonista abre la buhardilla del desván.

Lloró.

Pero solamente una lágrima rodó por su mejilla. Sólo una. No se permitió malgastar ninguna más pues sabía que no era necesario llorar por quienes no se preocupan por ti. Tragó saliva y miró al frente. El silencio seguía allí amontonándose entre la ropa sucia y las fotos de carné. Le miró directamente y se burló de su existencia.

Cogió su lagrimita que caía a trompicones y la guardó en una de las cajas del pasado. Esas cajas que no había abierto desde hacía mucho tiempo. Esas, que contenían muchos recuerdos: buenos, malos, peores... los miró todos con condescendencia. No podía hacer nada con ellos. Cerró la caja y se mordió los labios tan fuerte que saboreó el férreo amargor de la sangre.

Cerró también un episodio de su vida, sí.
Parece banal, mundano, un baladí... pero allí estaba yo con mi mente trabajando a mil por hora, no dejándome arrastrar por las lloreras de niña consentida, guardando ese dolor para cuando realmente no pudiera seguir avanzando.

Quizá es que ya he llegado a ese límite en el que las desgracias sólo pueden hacerme más fuerte. Quizá he llegado a entender que no debes confiar en que nadie te lance un salvavidas cuando estás dando brazadas en un océano de malestar y desesperación todo ello infundado por la sociedad cruel y despiadada en la que pasamos nuestros aciagos días.

Pero las emociones no se pueden reprimir eternamente...

¿Qué camino elegiré en esta encrucijada?