14 feb 2015

Espadas en el camino

Frente a frente. Mientras los grillos seguían con su rechinar monótono y lleno de vida al mismo tiempo.

Él dio el primer paso, agarrando la daga en una mano y la espada de la elfa en la otra:
-¡Ríndete, preciosa! -Dijo con una sonrisa en los labios- Estás desarmada y este claro es demasiado oscuro y peligroso como para que alguien escuche tus grititos.
La mente de ella trabajaba a mil por hora intentando averiguar cómo podía librarse del tipo sin luchar, pues la única arma de la que disponía la tenía en sus asquerosas manazas. Recordó en un fugaz estallido de lucidez que en las alforjas del caballo llevaba un cuchillo. No era muy grande ni muy amenazador (lo usaba para cortar pan) pero no tenía más opción.
Mientras ella divisaba la forma de moverse hacia el animal sin espantarlo, él echó a correr en su dirección blandiendo la espada y la daga sin mucha gracia.
-No vas a escapar de aquí -le gritó entre movimientos algo torpes y descuidados-¡ Después de matarte escaparé y tu cuerpo será pasto de las alimañas salvajes! -Alcanzó a propinarle un puñetazo en plena boca del estómago, haciendo que ella se doblase y cayese al suelo por la falta de oxígeno. intentó incorporarse para ir hacia los árboles pero no la dejó y soltó una patada que le acertó en la barbilla. En el suelo y con los ojos llorosos apenas vió la posibilidad de salir de aquella emboscada, pero dejó la mente en blanco y reculando en un tronco se puso en pie. La lucha cuerpo a cuerpo nunca se le dió bien y mucho menos en estas condiciones iba a ser algo de ayuda. Consiguió esquivar los golpes que silbaban en el aire y hacer un barrido con su pierna buena, el atacante cayó al suelo soltando una de las armas lejos del alcance de ambos.
A pesar de los duros puñetazos que había recibido la elfa se movía con mucha más agilidad que el humano por lo que seguía pensando cómo había podido sorprenderla y desarmarla si apenas tenía idea de luchar. Entre bastas estocadas, la arrinconó justo donde ella quería llevarlo.
Su caballo estaba pastando detrás de los grandes abetos sin muchas ganas de participar en aquella juerga. Sonrió triunfal tocando con los dedos el cuchillo escondido en las alforjas que tanto necesitaba:
-Pequeña, ¿de verdad piensas atacarme con eso? -Le preguntó mientras se movía en círculos con una sonrisa que la sacaba de quicio-
-No subestimes el poder de un arma si está en las manos correctas -Contestó con con rabia mientras lanzaba la mano hacia su tráquea y con un golpe seco le cortaba la respiración- Además de ladrón, eres arrogante, qué pena que te derrote una mujer.
Parece que el comentario caló muy hondo y los ojos del humano se encendieron de rabia, cuando dejó de toser se tambaleó hacia ella y lanzó varios ataques potentes que llegaron a herirla con fiereza. La pelea entre ambos estaba en su punto álgido, la elfa bailaba más que pelear, pero él en cambio era todo fuerza bruta y poco cerebro. Con el pequeño cuchillo logró abrirle algún que otro corte aquí y allá, debilitándose mutuamente. Pero ella ya estaba empezando a cansarse del juego y recordó el entrenamiento al que le habían obligado a asistir desde los trece años. Cogiendo impulso corrió hacia el atacante que sorprendido, se paralizó viendo el brillo en esos ojos almendrados. Con una llave maestra logró desarmarle y tirarle al suelo mientras él se revolvía, gruñía improperios y le agarraba del pelo entre toses. Un dolor punzante en las costillas casi la detuvo en su maniobra, sin embargo intentó inspirar  hondo y apartar el dolor para dentro de un rato. La boca ya le sabía demasiado a sangre, haciendo que su preocupación aumentase. Pero si se detenía ahora él ganaría y no podía dejar que eso pasara.
-Maldita
¡de esta no te salvas! -Gritó él ya casi sin aire y con los ojos cada vez más y más cerrados.
-Creo que es hora de dormir. -Siguió apretando su cuello y caja torácica para que no pudiese respirar. No quería matarle aunque si él hubiera tenido oportunidad la había rebanado el pescuezo sin pensárselo dos veces. Se tocó la garganta y también las costillas  Efectivamente, el muy canalla le había cortado y la sangre salía a borbotones. Suspiró entrecortadamente y se levantó dificultosamente, intentando respirar con normalidad.
Llegó a su montura renqueando y haciendo aspavientos por el dolor que sentía en todo el cuerpo, los puñetazos y las patadas le habían causado numerosas contusiones, además de los cortes y toda la tensión acumulada:
-Menudo recibimiento... -Susurró buscando algún pedazo de tela que pudiese servirle de vendaje. Encontró jirones de su antigua capa, se ayudó de los dientes para cortarla. Consiguió hacer unas vendas de primera necesidad para que le durasen al menos hasta llegar al centro de la ciudad. El animal olió la sangre y se revolvió inquieto, rozando su cabeza en el costado de ella- No estoy para arrumacos, lo siento. Le invadieron unas náuseas terribles que contuvo gracias a un frasquito de esencias que siempre llevaba encima. Oliendo ese perfume se trasladaba a otro lugar, a otra época en la que no existía la necesidad o el dolor.
Montó a duras penas, agarrando las riendas débilmente y echándose la capucha por encima, se dejó guiar por el animal, con la visión cada vez más borrosa, más tenue, más oscura.

5 feb 2015

La noche cae

Sus ojos de elfa miraron escudriñando los arbustos, la hojarasca, el camino por el que había venido y que se perdía entre la naturaleza abrumadora. No distinguió nada anormal ni que resultase sospechoso. Supuso que su precioso caballo podía haber sido asustado por algún ratoncillo de campo o mordido por una chinche. Sin embargo no se quedó tranquila con esa hipótesis y salió de la habitación con cautela sin pisar los cristales que había en el pasillo.
Bajó las escaleras con la mano en la empuñadura, observando con atención cada detalle 'Todo está en orden' -Se dijo para sus adentros con calma. Miró por la ventana del salón principal escondiéndose bastante pegada a la pared. No consiguió ver demasiado pues eran vidrieras de colores. Lo pensó apropósito para que los clientes no distinguieran la hora a la que habían entrado ni lo tarde que iban a llegar a sus hogares.
Desde los bellos cristales tintados todo se veía borroso asique aquello no le facilitó mucho la búsqueda. Se movió con desenvoltura entre las mesas y bancos que estaban desperdigados hasta alcanzar la puerta principal. La abrió despacio sin que la madera llegase a rozar el móvil que estaba siempre sonando y que la delataría. El sol ya se había puesto por lo que su misión era mucho más fácil. Sabía camuflarse entre las sombras tal y como ya había practicado tantas veces con su maestro de lucha. Se agazapó entre las columnas de madera de la entrada, esperando encontrar algo o a alguien.

El caballo la vio cuando se giró para seguir pastando apaciblemente, el animal al reconocer su olor agitó la cola y movió alegre las orejas, soltando un leve gruñido de aprobación. La elfa le hizo chitón con las manos pues no quería ahuyentar a "aquello" que había asustado al animal. Siguió avanzando pues la visión de su raza conseguía distinguir mucho mejor los objetos cuando no había luz que la visión humana. No descubrió nada que llamase la atención asique desistió en su búsqueda y se acercó al caballo con cautela y una sonrisa dibujada en los labios: -Al final te has salido con la tuya ¿eh? Ya he vuelto -Le dijo en élfico rascándole la oreja con cariño. El equino volvió a soltar el sonido de aprobación y apoyó el cálido hocico contra su pierna. 'Quizá se sentía solo y me estaba pidiendo que volviera' Suspiró algo más tranquila al comprobar que no había nada que perturbase el bosque. Las alimañas no tardarían en salir asique decidió emprender rumbo hacia su hogar.

El acero brilló con palidez bajo la luz tibia de la luna y sin hacer ruido alguno se posó en el cuello de la elfa con una tranquilidad pasmosa. Ella ahogó un grito pues le había pillado totalmente desprevenida. Su mano se movió hacia la espada pero:
-¿Buscas esto? -Le susurró una voz al oído mientras le mostraba el arma delante de los ojos-
Se revolvió con fiereza intentando zafarse del atacante, pero el filo de la daga que tenía en el cuello se lo hizo pensar dos veces.
-Como sigas moviéndote así esta preciosura te puede destrozar el cuello, y creo que de verdad sería una lástima.
-¿Qué es lo que quieres? -Le dijo en idioma común- En las alforjas del caballo hay monedas y algún mapa por el que te pueden dar bastante dinero.
El delincuente se rió en un tono que hizo que se le pusieran los pelos de punta.
-No vengo a por dinero.
"¿De dónde ha salido este pervertido y qué narices está buscando?"
Le apretó un poco más el cuchillo contra la piel y una pequeña herida se abrió en su cuello con el consiguiente aumento del miedo en el cuerpo de la joven.
-Matándome tampoco vas a conseguir nada -Dijo ahogada sintiendo una gota de sangre resbalarle despacio-
-¿Y eso como lo sabes? -hundió la nariz entre el pelo de ella e inspiró fuerte, oliendo cada poro de su cabeza- El olor de las elfas... tan característico, tan especial y tan... atrayente.
Entendió hacia donde iba la conversación y parece su corazón también porque se puso a latir desbocado, empujando litros de adrenalina hacia todas partes de su cuerpo. Recordó los pasos a seguir del entrenamiento de lucha. Cómo había que controlar la respiración, dejar la mente en blanco y destensar los músculos para engañar al contrario.
Se giró tan inesperadamente que él parpadeó con asombro viendo el movimiento sin poder hacer nada. Ella se limpió la sangre que tenía en la garganta y se preparó para la lucha.

1 feb 2015

De vuelta en el Dragón Dorado

Desmontó del caballo.

Le acarició las suaves crines con ternura e inspiró el aire límpido y fresco del bosque donde se había criado. Miró en derredor y nada había cambiado: las hojas seguían siendo del mismo tono, los árboles crecían fuertes y robustos sin ningún temor al mañana, el cielo y sus aves seguían vibrando con esa magia que ella tanto añoraba.

Y allí estaba.

La posada que había regentado, en la que había servido tantas copas, en la que se habían hospedado viajeros de recónditos lugares... La nostalgia acudió a sus verdes ojos en forma de lágrima y dejó que se liberara por su mejilla. Se acercó poco a poco al edificio entre las altas matas de hierba y los arbustos salvajes que habían crecido en el antaño camino de guijarros limpio de maleza.

Las vigas seguían en perfecto estado, aunque las condiciones climatologicas habían hecho mella y la humedad había acorchado bastante las paredes. El musgo crecía sin ton ni son por todos los muros con su consecuente pequeño ecosistema. Subió los dos peldaños de madera de roble con cautela pues crujieron lastimeramente, hacía años que nadie los pisaba. Tocó con suavidad las vidrieras llenas de malas hierbas, sucias por la lluvia y el viento. La puerta estaba cerrada tan bien cerrada que se sorprendió.
Sacó de su bolsillo un manojo de llaves. El cascabel con las que las tenía atadas sonó alegremente haciéndole recordar esas mañanas de verano cada vez que daba el giro de muñeca y se impregnaba el aire de comida casera y lavanda. Entró haciendo un ruido ensordecedor. Las bisagras por muy buenas manos que las hubieran elaborado, no habían aguantado bien el paso del tiempo y como era de esperar chirriaron con pena y desaire.

Dentro estaba cargado. Pero no como cuando el edificio estaba en funcionamiento. Era un ambiente enrarecido que olía a moho y a cerrado. La madera del suelo se había levantado aquí y allí, las ratas campaban a sus anchas. Suspiró, aunque con alivio pues ningún bandolero de los caminos se había parado en aquél punto a "descansar". La puerta se cerró sola por el peso y el móvil de madera que tenía atado en el techo volvió a moverse con desenvoltura y a desprender su soniquete tradicional.
Avanzó en la estancia mezclando la realidad y los recuerdos. Los muebles estaban llenos de polvo, carcomidos por las polillas y los insectos. Aunque la chimenea seguía regia y poderosa, coronando la sala y dándole ese toque acogedor que ella tanto buscaba. Los candelabros se movieron por el aire que se colaba entre los pisos superiores y como todo en esa posada, crujieron con fiereza.

La posada llevaba el nombre del "Dragón Dorado" y como tal, se había esmerado en contratar a los mejores pintores, artistas y dibujantes del pueblo para que en las paredes lucieran grandes tapices, cuadros y retratos de las criaturas más hermosas y peligrosas de la faz de la tierra. Había dragones chinos, europeos, de las alas cortas, de cola espinosa, pintados con esmero, admiración y hasta con temor. Hasta algún que otro ebrio parroquiano se había animado a dibujar entre risas su idea de dragón, con un resultado bastante cómico entre garabatos y manchas de espuma de cerveza.
La barra de madera de cerezo estaba impecable. Los grifos hablaban por sí solos: llenos de telarañas y algo oxidados, pero asombrosamente en funcionamiento afirmó tras servirse una pinta de lo que en otro tiempo pudo haber sido alcohol.
Echó una rápida ojeada por la cocina pues nunca había sido de su agrado ese calor infernal que desprendía, eso sí, la comida que salía de los fogones era deliciosa, se podría decir que enganchaba. Más de un cliente le había intentado sobornar para que diera las recetas de tal o cual plato. Pero ella nunca aceptaba tratos ni artimañas. Prefería que esas dotes culinarias quedaran en secreto y seguir atrayendo a más gente.

Las escaleras que subían a las habitaciones habían sido las más perjudicadas. Los tablones de pino estaban roídos por la carcoma, con madrigueras de ratas, heces de animal (no quería ni pensar si eran sólo de animal) y más de uno estaba totalmente destruido. Subió como pudo agarrándose de la barandilla aunque se conocía ese camino mejor que nadie, ahora el suelo era inestable y en cualquier momento podía dejar de hacer su función. El pasillo de las habitaciones estaba lleno de cristales. 'Algún niño me ha destrozado los cristales por diversión, maldita sea' -Pensó para sus adentros mientras esquivaba los trozos más afilados y les daba puntapiés con las botas-
En esas alcobas había ocurrido casi de todo.
El cartel con su nombre pintado seguía colgando de la puerta con gracia y las letras cursivas aún se podían leer con claridad. Sonrió pues en esa habitación había vivido grandes noches, también amarguras, tardes de ansiedad, amaneceres envuelta en lágrimas. Empujó la puerta que curiosamente no sonó. La cama con dosel seguía en pie, mezclando ese ambiente de ternura, calidez y silencio que tanto se necesitaba después de una jornada de trabajo en el bar.
Descorrió las cortinas con fuerza haciendo que el polvo se dispersase en todas direcciones, llenando sus fosas nasales con su consecuente estornudo. Después de tanto tiempo las vistas seguían siendo ese espejismo que descansaba los sentidos, la naturaleza había seguido su curso sin interrupciones y cada vez estaba más densa, más llena de vida.
Divisó el castillo entre las enormes moles de roca con esos banderines chillones que tanto discordaban con el paisaje y como siempre había hecho, soltó un gruñido de disgusto.

Su caballo relinchó estridentemente y varios pájaros de los árboles colindantes salieron disparados de sus nidos con asombro. Sus sentidos se pusieron en alerta.