10 jun 2012

Amaneceres

Abrió los ojos pesadamente bajo el sol de la mañana.
Había perdido la cuenta de las horas que llevaban en enredados en esa cama, entre esas sábanas de satén barato que se escurrían siempre hacia el suelo y les dejaban los pies fríos.

Vio su rostro sonriente y automáticamente imitó su gesto. Se acercó deslizándose hasta su cuello y como dos pequeños animales desconocidos,empezaron a olerse. Le restregó despacio el cabello en su pecho, acarició su espalda con los dedos, mientras él la mordisqueaba el hombro con ternura.
Escuchaban el latido del corazón del otro y eso les hacía suspirar. La luz invadía la estancia sin prisa, pero con rapidez.

Llegó el primer beso.
Y luego otro, y otro, y una infinidad de ellos. Algunos lentos, otros desgarradoramente sensuales,  con delicados movimientos de lengua acompasados con caricias lentas.
Notaron ese escalofrío que les llamaba a sentir, a querer probar la piel ajena y perder de vista el reloj hasta que se hiciera de noche.

Saborearon cada rincón de sus cuerpos embadurnados con saliva y desgastaron las horas con gemidos prolongados. Temblores, jadeos, mordiscos, lametones, arañazos.
Las paredes se empapaban de sonidos, de palabras, de golpes sordos al chocar contra ellas. Se convirtieron en niños para jugar con todos los muebles de la habitación y encajarse en posturas casi acrobáticas.

Agotados, se revolcaron en los restos de la pasión consumida. Disfrutaron de ese tibio momento en el que el universo entero parece detenerse para prestarte atención solamente a ti. Dibujaron en lengua del otro círculos concéntricos y sostuvieron las manos en cada mejilla, como no queriendo separarse nunca. Juntaron las frentes rozando sus narices y con el beso del esquimal decidieron dar por acabada su obra, aquella que interpretaban cada noche.

 (o cada tarde, o cada mañana...)


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